¿Adiós, para siempre?
- Renato Alquicira Hernandez
- 14 sept
- 2 Min. de lectura
Cuando fallece un ser querido, lo primero que nos dicen es que no es un “para siempre”, sino un “hasta luego”. Pero seamos sincerxs: en un momento lleno de dolor, incluso aunque ya hayan pasado varios años, no creemos en el “hasta luego”.
Es verdad que el dolor ciega nuestros sentidos, y lo único que queremos es volver a escuchar su voz, sus bromas, su risa; escuchar cómo nos contaba un poco de su día, solo poder verle otra vez.
Así me encuentro yo en este momento: con una tormenta de fondo y un dolor muy grande en mi corazón. Hoy, el ser que partió cumpliría 55 años: un hombre espectacular, un maravilloso hijo —eso sí, rejego como mi abuelo—, un extraordinario tío, un gran hermano y un niño que solo quería una familia.
Es difícil pensar que han pasado dos años desde su partida y cómo algo de mí se fue con él. Debo confesar que he llorado muchas veces deseando haber podido llamarle una vez más, haberle dado un último abrazo… pero eso no sucederá.
A veces he sentido que sigue aquí, preocupado por los demás como siempre lo hacía, y me siento culpable por no poder dejarlo descansar. Sé que es egoísta no poder soltarlo, dejar que él pueda trascender solo porque no puedo con el dolor.
Y créeme, sé que no soy el único que se ha sentido así. No necesariamente debe ser una persona para que el dolor invada nuestro corazón; nuestros amigos fieles también se llevan algo de nosotrxs cuando se van. El simple hecho de escuchar su nombre puede romper esa frágil máscara que llevamos para que el mundo no vea el dolor.
Pero, ¿es real que no nos vamos para siempre? Yo creo que no. Estamos en todos lados: en la música, en los olores, en los lugares, en las flores, en todo aquello que compartimos con las personas que amamos; incluso en los libros, en el arte, en las películas, en los helados, en los museos… en todo aquello que te pueda recordar la felicidad de estar juntxs.
Recuerda: no es un “para siempre”, es solo un ratito de diferencia.




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